domingo, 15 de mayo de 2011

(Mis) Cinco libros fundamentales, vol. 2


(Léase la entrada anterior para seguir el estúpido hilo creado por el autor)


Bien, tenemos el tapiz a medio tejer, los modernistas, que fueron a Europa, para vivir y así poder escribir, han vuelto a casa, porque son mayores y cuando uno se hace mayor en su corazón resuenan con fuerza las canciones de cuna de su tierra natal.

En su tierra natal los modernistas se encuentran a una bandada de alborotadores, que han bebido de las ubres metafóricas de Henry Miller y que con Kerouac a la cabeza van por ahí drogándose y follando. Son jóvenes feos e histriónicos; Hemingway piensa que si fuese diez años más joven cogería la escopeta y les daría caza uno por uno. (“Ah, Ginsberg, llenaría tu culo de bujarra con metralla del calibre cuarenta y tres” solía relamerse Ernest.). Pero Ernest está mayor y pasa de vendettas. Sabe que esos jóvenes le sobrevivirán, y le jode, porque considera que lo que hacen es completamente intrascendente.

Mientras Dean Moriarty cruza el país en busca de mujeres fáciles y ácido barato un tal Charles Bukowski entra a trabajar en el servicio postal de Los Angeles. No es como esos beats amantes de la farándula, Bukowski ejemplifica el tipo de escritor ya citado en el post anterior. Lo que podríamos calificar como la antítesis de Hemingway, es solitario, es ácido, es alcohólico, mujeriego y sexualmente frustrado. (Hostias, a lo mejor no es tan diferente al viejo Ernest).


Charles ha leído a Miller, como todos sus coetáneos pero también ha leído a Fante (gracias Anagrama una vez más por editar y traducir a autores que los melómanos literarios necesitamos para ser felices, mando un besito a Jorge Herralde). Fante pertenece a esa generación que vivió las desgracias de dos guerras mundiales, era italo-americano, como Marlon Brando en el padrino, y debía de ser idiota o masoca. Mientras Hemingway, Miller y compañía, huían de la ruina y se daban a los placeres de la vida golfa, Fante hacía frente a la gran depresión emigrando a Los Ángeles.

En Los Ángeles John Fante decidió convertirse en escritor. Hay ciertas personas que hacen un trato con la historia (o con el diablo, vaya usted a saber), es un cambalache umbraliano, dado que hay quien no puede ofrecerle nada a la literatura deciden convertirse ellos mismo en literatura.


Me explico: Cortázar. Cortázar se levanta un día y dice: “Ché, me apetese revolusionar la literatura, imaginar lo que nadie imaginó, contarlo con misterio y convertirme en un cronopio” y la Literatura lo escucha y se sonríe, porque sabe que ese argentino de mirada dispersa es un genio que va a hacerle diabluras impensables, la va a poner a cuatro patas y la va a hacer gemir como una perra.


A quince mil kilómetros de ahí , treinta años más tarde tenemos a un joven de provincia que llora en su habitación realquilada de Madrid, se llama Francisco y acaban de rechazarle una novela. Él no es un genio, no sabe crear mundos con sus palabras así que tumbado y derrotado grita al techo de la habitación: “Yo no te ofrezco las mieles con las que místicos y exégetas te cubren, yo te ofrezco mi sangre, mi vida y mis entrañas, mi historia. A mí, me convertiré en literatura con mis mentiras y mis deseos; será literatura mi recuerdo y el de mi hijo muerto, no me recuerdes por lo que daré al mundo recuérdame por lo que te daré a ti”.


Fante regala su vida a la literatura. Bukowski, años después, tras haber leído a Fante, y a Céline, y a Henry Miller, también.


Lo de Bukowski es completamente atípico, a mí parecer es uno de los narradores más torpes y mediocres del siglo pasado. La herramienta de todo escritor es su idioma, Bukowski, como queda patente en su poesía, no domina el suyo pero es que además le da igual no dominarlo, él considera que su vida, la vida del hombre que se hace poeta, que se emborracha y ama sin sentirse saciado o querido, es literatura independientemente de como se cuente.

Bukowski escribe un montón de libros sobre eso. Sobre su polla. Bueno, sobre la polla de Chinaski, sobre los coños que come, los apuestas que pierde y el whisky que bebe.


Así se pega toda la vida, que por otro lado es larga, demasiado larga como para dedicarla sólo al sexo y la priva. Al final se arrepiente, nunca lo admitió, nunca convocó una rueda de prensa para admitir que la vida que llevo fue estúpida y vacia ¿Qué hombre sería lo suficientemente valiente como para hacer eso? No. Charles se resarció de otra manera.


Escribió Pulp.

Escribió Pulp en el momento justo en el que tenía que escribirse, contando justo lo que tenía que contar, desvelando que su mente a pesar de la masiva ingesta de la alcohol seguía estando lúcida.


Pulp es extraña, es una novela negra, surrealista por momentos y extraordinariamente casta si tenemos en cuenta quien la escribió. La trama es sencilla, Nick Belane, un detective privado de Los Ángeles recibe la visita de una escalofriante dama, ni más ni menos que la Muerte en persona, que embutida en uno de esos trajes largos y prietos le pide que la ayude a encontrar al viejo Céline que se ha escapado de sus garras.


Bukowski tiene que ayudar a dar sepultura a Céline, un autor francés que gracias a la obra del propio Bukowski se ha convertido en ineludible autor de culto. La historia sigue, la muerte reclama lo suyo, Bukowski morirá, como murió Céline, y la prosa de ambos será vencida, remplazada por la de jóvenes que tendrán que superar la (ya) manida tendencia del realismo sucio.

De eso va Pulp. De saber irse con elegancia de un mundo de arrastrados. Bukowski lo fue como él que más, un beodo, un patético y un patán; pero en el último momento se quitó la máscara. Sabia escribir, sabia contar historias, él era tan sólo un personaje.


A Bukowski lo mató la leucemia. A Chinaski se lo cargó Pulp.


NdelA. Dos reflexiones antes de callarme de una puta vez. Tarantino escribió y dirigió Pulp Fiction (un homenaje también a esa “Serie B literaria” de principios de siglo) al mismo tiempo. Cierto es que Pulp se publicó más tarde (en el 96) pero la concepción y creación de las dos obras es simultánea. ¿Es posible qué Hank y Quentin viesen el devenir de la ola al mismo tiempo? Quiero decir... ¿Es posible qué ambos se diesen cuenta de cual debía ser la tendencia de la nueva literatura? Es una coincidencia curiosa.

Para terminar, uno de los autores que a día de hoy goza de más prestigio alabó de forma indirecta esta obra bastante desconocida y en general despreciada por la crítica especializada. Hablo de Bolaño, que a lo hora de bautizar a su alter ego en “Los detectives salvajes” optó por el extraño nombre de Belano. Un detective, que en realidad es escritor y que suena misteriosamente parecido a Belane. ¡Qué cosas!


Y yo a ver si no tardo tanto en volver a actualizar.


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