martes, 22 de marzo de 2011

(Mis) Cinco libros fundamentales, vol. 1






¿Qué por qué creo que “El viejo y el mar” es la mejor novela jamás escrita?

Supongo que en gran parte tiene que ver el odio visceral que siento por el concepto (irónicamente comercial) de novela total. La “novela total” es en palabras de un sabio decimónonico aquella que abarca lo inabarcable, que habla de cada centímetro del mundo que rodea a sus personajes y baila de un género a otro.

Inevitablemente suelen ser tochazos que se desparraman a lo largo de cientos y cientos de páginas de idas y venidas tragicómicas. ¿El ejemplo más claro? La Biblia.

Dejando a un lado el dictado divino y acercándonos a plumas más mundanas tendriamos que si el Quijote, el Úlises, los Hermanos Karamazov, Guerra y Paz... vamos, los típicos libros que se coge uno para pasar la tarde en la piscina.

“¿Y qué tienen de malo las novelas totales?” Sus preguntareis. Veréis, está claro que para gustos colores, pero aquí uno cree en aquel dogma de guionista primerizo de que: “Si quitas algo y la historia no se resiente es que sobraba”.

Ahora hagamos un experimento:

Cojamos el Úlises, tijeras en ristre y hagamos una poda. Todo párrafo que no aporte una información, un lírica oportuna, un hecho relevante pá fuera. (¿Cuatro páginas reflexionando sobre por qué de niño te resultaba evocadora la palabra Gibraltar? Puedes metértelas por el culo, querido Joyce.)

No hay huevos a hacer lo propio con “El viejo y el mar”.

O puede que los haya, vale, pero si tienes un mínimo de sentido común la poda se quedará en un par de párrafos. A lo mejor alguno del principio en los que el viejo le demuestra su rudo afecto de anciano lobo de mar al muchacho que le da de comer.

El noventa y nueve por ciento de las palabras escritas en “El viejo y el mar” son intocables. Inamovibles. Es como si Hemingway tras sacar de un enorme bloque de mármol una figura perfecta hubiera seguido cincelando. Raspando primero la piel, luego los músculos y deteniendose en el esqueleto, en el pilar mismo del relato.

¿Para qué cojones hablar de el pueblo y la extraña relación que el pescador guardaba para con sus gentes? ¿Para qué explayarse en insípidas anécdotas de infancia? Al lector le importa un carajo si es un trauma de juventud lo que lleva al pescador a no rendirse. Lo importante es que no se rinde.

Porque amigos, “El viejo y el mar” no es un relato de pesca rescatado del foro postal de “Jara y Sedal”; “El viejo y el mar” es la mayor fábula moral de la literatura contemporanea.

Y me explico:

Fábulas morales hay muchas; cientos, miles, casi la totalidad de los libros escritos pueden a fin de cuentas interpretarse como fábulas morales. Luchas (internas o externas) entre dos fuerzas antagónicas. Jeckyll y Hyde, Holmes y Moriarty, Quijano y Quijote, Frodo y Sauron...

Hemingway huye de esa moral obsoleta, simplista y ridícula. Y es curioso: démonos cuenta de que ese planteamiento, que pone el valor y la libertad del hombre por encima de los conceptos dogmáticos de bueno y malo es algo que Cervantes ya tenía asumidísimo. Don Quijote es un individuo; un ser que decide su propio destino, que a diferencia de los héroes clásicos reniega de un final prefabricado y envasado al vacio, un ser que incluso se reinventa y que como el pescador cubano de Hemingway no acepta su derrota.

Tal vez la frase que más trascienda, o más debiera trascender es la mítica “Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado”. Ahí se esconde todo el dogma de fe de Hemingway. De un señor al que tenemos que ver como lo que es. Posiblemente uno de los últimos grandes aventureros. Periodista freelance, soldado infatigable, socialista de pro, cazador de leones, boxeador amateur y alcohólico suicida.

Es curioso que un tipo tan aparentemente tosco, bruto y agresivo tenga una de las prosas más cuidadas y diáfanas que he tenido el gusto de leer. Hay mucho lirismo en las páginas de Hemingway, y no es un lirismo recargado, culteranista, al estilo del veintisiete o del Umbral de “Mortal y Rosa”.

Es más parecido al misticismo de Hesse, a esa tendencia a perderse en lo natural, a centrarse en lo autentico, a resaltar la belleza que se esconde en la simpleza de una verdad. Muy rollo “Siddartha”, tal vez la principal influencia de Hemingway en el momento de escribir el libro.

Un momento de exilio forzoso, un momento de evocación, de soledad, el momento de mirar hacia atrás y hacer recuento de daños. El momento en el que una bestia herida suelta su último zarpazo.

Creo que “El viejo y el mar” es la mejor novela jamás escrita porque es la que mejor encarna el concepto de “novela total”; y encima lo hace huyendo de los convencianalismos propios de este pseudo-género ¿Qué más se le puede pedir?

Es una vida plasmada en papel, una vida hecha LITERATURA; desdibujada, puesta a contraluz y vuelta a pintar. Ciencuenta años de lucha, de amor, de miedo, de tropiezos y de victorias trasladados a un bote que flota mecido por las olas en mitad de la bahía de la Habana.

La parábola es la mayor arma del que quiere abarcar lo inabarcable. Cervantes lo sabía, Hemignway también; alguien podría haber tenido la deferencia de explicárselo a Joyce...