sábado, 4 de junio de 2011

Cómo escribir novelas para Teletubbies lobotomizados: Haruki Murakami.



Me siento estafado y la culpa es mía: hace cosa de un mes estaba dando vueltas por la Fnac buscando un libro de Vázquez Montalbán que resulta que no tenían (“O César o nada”, pero la cuestión no es esa), la cuestión es que intentando rentabilizar la visita a la tienda de marras decidí comprar un libro que se me antojo interesante. Tokio Blues-Norwegian Wood.

Se me antojó interesante por tres razones:

1º) El título. Hasta la saciedad se ha repetido aquello de que no debemos juzgar un libro por su portada, y es cierto, las mejores novelas de la historia tienen portadas de mierda. Pero con los títulos es distinto; un buen libro tiene que tener por necesidad un buen título. Siendo esta una regla que no se tiene porque cumplir a la inversa, es decir, un mal libro puede tener un buen título... (véase “Tokio Blues-Norwegian Wood”).

2º) La sinopsis de la contraportada. Donde aseguraban que uno de los temas centrales de la novela sería el sexo (apuesta segura, Murakami, colega); resulta que los japoneses son los seres mas depravados sobre la faz de la tierra, si juntan las palabras “deslumbramiento”, “sexo” y “muerte” en un mismo párrafo lo suyo es esperarse escenas tan tórridas y bizarras como para sacarle los colores a Almudena Grandes.

3º) La portada, una japonesa de espaldas, luciendo con sobriedad la ausencia de curvas que es su cuerpo. Gris en el vestir, el gesto de las manos es el de una niña. Sirve para reforzar mis secretas esperanzas de encontrar sexo tórrido y bizarro.


Tusquets editores: sois unos cabrones que lleváis al engaño.

Haruki Murakami: me siento insultado.

Rodrigo Fresán: ¿Hay algún puto libro en el mundo cuyas virtudes no ensalces hasta la nausea?


Hay que ver como está el patio.


En honor a la verdad he de decir que no me he podido acabar el susodicho libro. En la página 127 la sensación de podredumbre cerebral y el hartazgo que cada frase me producía me ha obligado a mandar el libro a tomar por culo.


¿Es tan insoportable Tokio blues?

No, para nada, qué va. Si eres de los que disfruta de las idas y venidas de unos personajes estúpidos y pedantes ten por seguro que la novela te va a encantar. Si esperas personajes coherentes, una voz narrativa sin demasiados ademanes pomposos o una trama que no harte, tendré que recomendarte que no tires diez euros en esta basura.

Tokio blues es la novela-de-juventud que todo escritor de rigor se saca de la chistera a los ventipocos, va de ser joven y sentirse especial, irse de casa, estudiar una carrera, follar con unas cuantas estudiantes universitarias, aguantar a un paria como compañero de habitación, dejar claro al personal que hemos leído a Carver, a Mann y a Scott Fitzgerald y despreciar a los palurdos que no lo han hecho.


Es el tipo de novela que le gustaría a Bolaño (ojo, que a mí Bolaño como escritor me encanta, ahí bien, como lector me parece vil). Porque como muy bien sabía Roberto: ¿Qué cojones importa el estilo si lo fundamental de la escritura es narrar? Contar todo, acción, acción y más acción. Acción como movimiento, verbos. Me levanto, pienso, evoco, meo, me ducho, desayuno, salgo a la calle, miro al perro de mi vecina, ladra, su ladrido me recuerda a una puta balada de Miles Davis y entonces me entristezco, porque me acuerdo de que la chica con la que me acosté la semana pasada era fan de Miles Davis. Pero me sobrepongo, suspiro y me siento en la parada del bus donde miro al infinito y veo la lluvia caer.

Eso es Murakami. El que lo ha leído lo sabe.


En mi afán por demostraros lo malísima que es la novela (a ver si así bajan las ventas del libro y Tusquets pierde el dinero que me robó) voy a citaros un par de pasajes de la novela:

“ hacia que (...) las banderas que se erguían sobre los bajos edificios del aeropuerto, las vallas que anunciaban los BMW, todo, se asemejara al fondo de una melancólica pintura de la escuela flamenca.”

Reflexión de Murakami al respecto: “¿Qué es lo más taciturno que has visto en tu vida Haruki? ¡Las grises montañas que altaneras se yerguen tras los personajes de Van Eyck!”

Hay que joderse, si eso no es preocupación por dotar al lenguaje de dinamismo y credibilidad yo no entiendo de literatura.


Pensaba en mí, pensaba en la hermosa mujer que caminaba a mi lado, pensaba en ella y en mí, y luego volvía a pensar en mí.”

Reflexión de Murakami: “Llevo doce páginas de novela y no he usado ninguna figura literaria, lo mismo me viene algún listo con la jodienda de que no sé escribir... Bueno, repito una frase con deje poético y ahí más o menos tengo una aliteración.”

No he transcrito el párrafo entero por pereza, pero cabe decir que la pluma se le desboca y Murakami se nos casca otras quince lineas deleitándonos con repeticiones tan cargadas de lírica como la citada arriba.


En las siguientes páginas, Toru, que es como se llama el protagonista, nos describe el bosquecillo por el que pasea acompañado de una bella joven y nos confiesa, que los oscuros árboles guardan un secreto. Según le cuenta la chica (una pedorra tan tonta que cree que fornicar es una tarjeta de crédito) en mitad del bosque hay un pozo por el que los excursionistas más idiotas se despeñan. No os perdáis las reflexiones de los personaje al respecto:


No sé si existía en realidad o era una imagen o un símbolo que sólo existía para ella.”

Reflexión de Murakami: “Que los personajes se lo den todo mascadico al lector, que lo mismo sino sufren una apoplejía intentando distinguir lo que es pensamiento y lo que es realidad dentro de la mágica red de fantasía que es mi novela”.


-Es muy, pero que muy profundo – decía Naoko escogiendo cuidadosamente las palabras.”

Reflexión de Murakami: “Claro, cuidadosamente, si las hubiera escogido descuidadamente hubiera dicho algo como: pa zanja oscura la que tengo en los bajos.“

A este derroche de magia que nos traslada de lleno a los oscuros bosques del Japón milenario le sucede un diálogo de seis páginas en la que los dos personajes antes citados discuten sobre lo imposible de su amor. Marcando el eje que va a seguir la novela.




Hasta donde he leído, no hay grandes sorpresas, hay mucho diálogo estúpido y bastantes pretensiones que no se cumplen ni de lejos. Por si tenéis curiosidad la trama es la siguiente:


Toru, que vivía en Kobe (una ciudad de provincia japonesa) se traslada a Tokyo para estudiar, deja atrás un pasado convulso: su mejor amigo se suicido, Dios sabe por qué dejando al pobre muchacho más solo que la una. La única compañía que encontró tras semejante pérdida fue la novia del amigo muerto, la pedorra del bosque, a la que quería poner en horizontal-a-cuatro-patas.

Pero tras la escenita del bosque queda claro que eso es imposible, la chica quiere dejarse pero siente que esta mal (como veis el autor, que no para de innovar nos propone un debate rompedor y nuevo entre ética y deseo), pasan los meses y Toru se encuentra a la tía en un vagón del metro, queda con ella de vez en cuando y al final aprovecha que está de bajón para traginarsela. La chica pasa de él, no porque sienta que es un cabrón aprovechado que deshonra la memoria de su amigo, si no porque siente que necesita encontrar su lugar en el mundo. Motivaciones creíbles las de tus personajes Haruki.


Toru, mientras, ha hecho amiguitos en la facul, dos, ni más ni menos, un tartamudo al que putea todo cristo y del que Murakami hace la siguiente (y brillante) reflexión:

“Era el tercer hijo, algo formal, de una familia que no podía calificarse de acomodada. Y hacer mapas era el único sueño que tenía en su vida. ¿Quién podía burlarse de eso?”

(Sí amigos, lo parece pero no. No hay sarcasmo en la frase).

El otro amiguito no es menos extraño, de hecho, el cabrón es más raro que un huevo con cejas, es el típico niño-bien, guapo y popular (cosa que dado su comportamiento no hay quien entienda). Se presenta a nuestro protagonista de la siguiente manera:


Se sentó a mi lado y me preguntó qué leía. “El gran Gatsby” le dije. “¿Es interesante?” me preguntó, Le respondí que lo había leído tres veces y que cada vez lo encontraba más interesante. “Un hombre que ha leído tres veces el gran Gatsby bien puede ser mi amigo”. Repuso, como hablando para sí mismo.”

La tiene morcillona y se ha acostado con setenta y cinco mujeres, suponemos que gracias a su gran... labia.

(Hoy estoy soez, ya, pero es que Murakami tampoco se merece más).

El muchacho en cuestión se llama Nagasawa, y enseña a Toru a seducir mujeres; siendo el alumno aplicado que es a las dos lecciones ya se levanta a una niña rebelde que va a su clase de teatro clásico. No sé como acaba la historia pero me imagino que al final vuelva la chica-tonta del principio y Toru tiene que elegir entre la muchacha dulce a la que quiso en silencio durante toda su infancia o la chica moderna y rebelde a la que ha conocido en la gran ciudad.


Rompedor de cojones y escrito con los mismos. Si a alguien le interesa lo revendo por tres euros. Negociables.


Voy a chutarme a Paco Umbral en vena, después de tamaño atentado a la prosa como que lo necesito.