miércoles, 25 de mayo de 2011

Las banderas de mi casa son la ropa tendida.



Hasta un nihilista-existencialista-ateo-devora-niños como yo admite que hay quienes parecen nacer con su destino marcado a fuego en el alma. Quiero decir, nadie se imagina a Bob Dylan ganándose la vida de granjero en un pueblucho de Minnesota... ¿García Márquez poniendo copichuelas en un chiringuito de las Barranquillas para poder pagar sus facturas? ¿Scorsese preguntando que si quiero patatas deluxe en mi Mcmenú?


No cuela. No, porque en este mundo nuestro, tan lleno de infamias y escenas de sexo gratuito existen personas que están por encima del resto. Tienen talento. “¿Qué es el talento?” Se preguntó Alberto Olmos en una novela que tituló “El talento de los demás” y que a pesar de no estar a la altura de “A bordo del naufragio” no dejaba de ser curiosa.


El talento es una facilidad innata, sobrecogedora a veces, repulsiva otras tantas, con la que algunos privilegiados son dotados de forma totalmente arbitraria al nacer.


Robe Iniesta tiene talento, Robe Iniesta es uno de los compositores con más talento (y suerte) que ha dado nuestra querida madre patria. Un yonki metido a chapista que sin tener la ESO se descubre como una de las voces poéticas más potentes y personales de su generación.

Y ahí es donde está el problema que ahora hace sufrir a nuestro querido Robe. El sino de este extremeño era (como el de muchos otros) el de ser un enfant terrible; un joven contestatario. Vamos, como todo buen artista que se precie.... Entonces ¿Dónde está el problema?

Pues el problema está en que llega un momento en el que ya no es factible seguir viviendo como si tuvieras veinte años. Le pasó a Sabina, le pasó a Ray Loriga y le pasó a Robe.

A Sabina la senectud le vino de improviso, le dió un chungo y se vió obligado a reinventarse, dejó atrás la golfería, las noches de corchopan y los prostíbulos con su cocaína. 19 días y 500 noches y se acabó. Se hizo mayor y no supo que hacer, lo intentó, publicó Vinagre y Rosas que sonaba mal con los coros de los Pereza y aún peor en directo con la voz de Panchito Varona (pobre, él no tenía la culpa).

Lo de Robe es todavía más extraño. El señor Iniesta parecía el eterno veinteañero, componía, se drogaba, tocaba, se drogaba, volvía a componer, sudaba, follaba, se pedía. Así desde los dieciocho años (criatura), parecía que nunca iba a envejecer, que nunca dejaría de regalarnos joyas como Deltoya o Decidí...

En el 2002 sacó a la venta el que para mí es su 19 días y 500 noches: Yo, minoría absoluta. Un disco redondo, desde la portada irónica e hiriente hasta el último punteo de Puta. Era poesía, gamberrismo, irreverencia y amor mal llevado.

Robe se superó habiendo cumplido ya los cuarenta. A ese discazo le siguieron siete años de calma chica (con dos recopilatorios y una gira de por medio, pero sin material nuevo). Muchos dábamos por muerto al autoproclamado rey de Extremadura.

Y entonces ocurrió. La ley innata.


Un disco difícil, que no lograba calar a la primera escucha. Tenía un sonido mucho más limpio y una lírica más cristalina. Fue como si después de veinte años sirviendo cervezas en jarra te vinieran con champán en copa.

No sabías muy bien como tragarte eso, pero a fuerza de escucharlo una y otra vez al final te dabas cuenta. En jarra o en copa, si lo sirves frío Extremoduro es Extremoduro.

La ley innata fue un éxito de crítica y público, recordaba a Pedrá en lo experimental, a Yo, minoría absoluta en lo acertado de las letras. Letras, que iban y venían de la poesía lorquiana a la bukowskiana con una facilidad pasmosa: “Se rompió la cadena que ataba el reloj a las horas/ se paró el aguacero, ahora somos flotando dos gotas.” canta Robe, para luego declarar que: “Miente el carnet de identidad/ tu culo es mi localidad.”. Simplemente genial, Robe había vuelto.

Parecía haber sobrevivido finalmente a esa crisis artística de la mediana edad que sufren las bestias del rock. Se había reinventado. ¿No?


Sí, pero eso es muy peligroso.

Tanto en la vida como en el arte (cuando se vive y cuando se crea) hay que tener claro que lo que tenemos buscar es una evolución, ojo, no una revolución. Una revolución es reinventarse, es algo con lo que hay que llevar cuidado, es romper con lo anterior para buscar algo nuevo. En términos artísticos es algo que puede resultar muy interesante UNA VEZ.


Me explico.

Partimos de una base: el arte es el cenit de la expresión. Eso mola. Tengamos en cuenta que hay un postulado que no tenemos más remedio que añadir y que dice que el arte, además de ser el culmen de la expresión personal y social, es (más nos jodas) una mercancía con la que se comercia, que un público consume y un mercado regula.

Es decir: “haz lo que quieras, pero si no nos gusta lo mismo no comes”, Extremoduro, ante eso tiraba de insulto fácil: “¿Comer? Lo mismo me comes tú a mí los huevos, atontao”.

Extremoduro fue un grupo que durante quince años no innovó, tenía su sonido, un sonido propio, que bautizaron con sorna como el “Rock Transgresivo”. Al final, cuando se acabo la transgresión el sonido se fue a tomar por culo.

Y entonces, y sólo entonces, fue cuando Don Roberto Iniesta, echándole huevos al asunto se pasó al rock sinfónico; y oye, cojonudo.


Pasan dos años, Extremoduro se mete a grabar su siguiente disco y Robe opta por seguir picando en la yerma mina del rock trasngresivo-sinfónico ¿Sabéis que encuentra? Dos canciones. Una potable y otra notable.


¿El resto del disco?


Yo diría que basura. Pero como de teoría musical no sé un cagao tampoco puedo entrar a valorarlo en profundidad. La parte que me toca, las letras, me parecen de lo peorcito de este señor. Algunos ejemplos:

“Dar contra un muro pa´poderlo derribar,/que seguro nos depara una sorpresa/si te atreves, yo me atrevo a atravesar”

Cito por citar, no es la frase más horrible, tampoco lo mejor, es la frase “tipo”, más o menos en esas se anda el disco. Y no, no es que haya cogido media estrofa, es que la estrofa no tiene mucho sentido y además adolece de uno de los defectos más horrible de poeta primerizo:

Frases rimbombantes que quedan forzadas para lograr así la rima.


Atención:

Se hace largo el camino sin ti,/ al diablo, que ya no quiero seguir./Y sin pedirle nada a cambio,/al diablo el alma le di.”

Aparte de la repetición cacofónica de la palabra diablo (como nombre propio y como interjección, vaya juegazo de palabras, jojojo) nos encontramos un último verso sintácticamente extraño, en el que se busca la rima ti-di.

Musicalmente me suena a refrito. Ya digo que no sé de teoría musical, que no sabría decirte si es que las escalas están recicladas o es que el Uoho es un guitarrista de pocos recursos pero tengo la sensación de que están usando riffs que se quedaron fuera en la Ley Innata y que no es plan de desaprovechar...


Sólo le encuentro dos peros:

-. “Otra inútil canción para la paz”, que instrumentalmente me recuerda a ese sonido tristón, de bajo y saxo de “¿Dónde están mis amigos?” (suena parecida a “Malos pensamientos”) y cuya letra no es mala; tiene frases bastante acertadas muy en la linea de a lo que nos tenía Robe acostumbrados (“No me amarga el sabor de la derrota/ del fracaso he sido compañero/ me acurruco al calor de mis pelotas/ y me fijo en como les crece el pelo”).


-.La otra buena canción del disco es “Tango suicida”. Ahí sí que innovan, la canción empieza con una caída circense para recuperarse y entre unos pianos muy argentinos y unas guitarras muy “made in Extremoduro” crear algo chocante. Si el disco hubiera seguido la linea de esta canción, musical y poéticamente, no me parecería el peor disco de los Extremoduros.

Pero es lo que hay.


"¿Cómo quieres que escriba una canción?" Pues desde luego como has hecho en este disco, no.

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